
DONDE ANIDAN LOS ÁNGELES
(2004, Editorial
Destino).
Fragmento 5 de 5:
CAPÍTULO 1º
La experiencia de tocar lo intocable
La intensidad de cada día que pasamos en Wukro
invitaba a largas y profundas charlas al caer la noche,
ya fuera en los porches del patio central de la misión,
al calor de unas tazas de café sobre la mesa
del comedor, o en los sillones y sofás del
salón. Esos escenarios nos ofrecieron algunos
momentos de quietud, durante los cuales conseguí
vencer la resistencia de Ángel a hablar de
sí mismo. Pero los ejes de su conversación
con el periodista serían siempre sus dos principales
preocupaciones, profundamente relacionadas entre sí:
la pobreza que lo rodea y la coherencia personal con
su fe cristiana. Las cuestiones personales, la confesión
y el debate de alegrías, miedos e inquietudes
ocupan un amplio espacio reservado a la intimidad
con el amigo. La frontera la establecen el bolígrafo
y el block de notas.
El
padre Olaran nació en 1938, quinto de seis
hijos, en una familia muy católica. Su hermana
mayor, María Rosa, se hizo monja en el Instituto
de la Bienaventurada Virgen María. Seguía
los pasos de una tía materna, Carmelita Descalza,
y de una tatarabuela que entró junto a una
de sus hijas en un convento de las Agustinas. Recuerda
que a los veinte años tuvo ‘una experiencia
personal de Dios. Cuestión de segundos o tal
vez minutos, no sabría decirlo. Pero tocar
lo intocable fue una de las experiencias más
fuertes de mi vida y me marcó. No he necesitado
que se repitiera.’ Meses después, tras
la muerte de su padre, decidió hacerse sacerdote.
-- Jamás pensé quedarme en Guipúzcoa,
ya que para mí lo primero era trabajar como
misionero y lo segundo ser cura. ¿Por qué?
Tal vez el impacto del Domund en mi niñez,
o de alguna película como “La mies
es mucha” . Así que me puse en contacto
con los Padres Blancos, porque África siempre
me ha inspirado respeto y admiración. Tenía
afinidad por Tanzania, quizás a causa de algunas
lecturas de Nyerere, su primer presidente. Y tuve
la fortuna de trabajar en ese país desde 1970,
con la tribu de los Wanyamwezi, los Hijos de la
Luna. Pero en 1991 hice un curso de islamología,
y me propusieron trabajar en Etiopía. Yo tenía
54 años y llevaba mucho tiempo insertado en
otra cultura, otra iglesia, otra sociedad. Eso crea
hábitos, rutinas que dan cierta seguridad.
Temía encontrarme en Etiopía con problemas
de adaptación, desde aprender otra lengua de
raíz semita como el tigriño,
hasta la liturgia oriental en un idioma antiguo ya
en desuso como el Ge’ez. Pero, en noviembre
de 1992, llegue a Adigrat y durante una temporada
me dediqué a estudiar. Ahora llevo diez años
en Wukro. También he llegado a un cierto enraizamiento,
con la confianza de que la gente me acepta. Y eso
anima a seguir.
-- ¿Nunca has temido haberte equivocado?
-- Al llegar a Tanzania no sabía cómo
se iba a desarrollar mi sacerdocio, ni en qué
iba a terminar aquella ilusión de hacer algo
en el tercer mundo. Pero, durante mis años
de trabajo en estos dos países, creo haber
dado conmigo. Siempre he encontrado gente que me acogía,
ayudándome, respetándome, confiando
en que podía hacer algo con ellos, a veces
para ellos. Gente que, como yo de ellos, también
necesitaban mi cercanía. Estas relaciones humanas
han mantenido viva mi decisión de hace 34 años.
Y en esas vivencias he descubierto mi propia manera
de ser sacerdote, de intuirlo como servicio. Hoy mismo
estos contactos siguen abriéndome posibilidades
de vida, de futuro. Cada persona es un camino por
descubrir, que andar como no he andado antes. Es tanto,
que llena una y dos vidas. Mi opción inicial
facilita todos estos encuentros y nunca me arrepiento,
por muchos fallos que yo esté cometiendo. Por
otra parte, he encontrado siempre a Dios delante de
mí, animándome, dándome fuerzas.
Aun en la experiencia más íntima y personal
de Dios, siempre lo he experimentado con su creación,
con su gente. Y a través del Evangelio, con
los pobres. Y yo ahí. Intuyendo que no me pertenezco.
Que mi cuerpo, mis talentos, mis capacidades pertenecen
a aquellos con los que convivo.
-- ¿Te arrepientes de algo?
-- Es tanto lo que las relaciones humanas ofrecen
aquí, que uno se admira de nuestra propia falta
de sensibilidad frente a ese gran potencial. Me arrepiento
de no haber llegado a un espíritu de adoración
frente al pobre, al marginado, al humillado, al ignorado.
Adorar a Jesús en la eucaristía es mucho
más fácil que adorarlo en los pobres.
Sin embargo son estos, y no quienes detentan el poder
económico, político y religioso, los
que nos garantizan que la vida merece la pena de ser
vivida. Me apena la limitación que tengo para
aprovechar ese potencial humano y espiritual que,
día a día, me ofrecen las relaciones
con gente abandonada por la sociedad. Y me arrepiento
de crearme necesidades materiales que me separan de
lo fundamental de la vida. Pero de mi opción
no me arrepiento, gracias a ella he llegado a la experiencia
que tengo de mí mismo, de la sociedad y de
Dios.
El balance de una década de esfuerzos en Wukro
resulta satisfactorio. Sobre unos terrenos cedidos
por la comunidad se levantó una escuela de
agricultura y comercio, cuyas actividades no tardaron
en ampliarse mediante aulas de electricidad, mecánica
general, carpintería y trabajos en cuero. También
se han creado talleres de pintura, música,
corte y confección, escultura en yeso y bordado.
Medio millar de mujeres ha pasado por cursillos de
cultivo de hortalizas, avicultura, ganadería,
apicultura y cerámica, beneficiándose
de microcréditos para poner en práctica
los conocimientos adquiridos. Un grupo de jóvenes
y niños aprende las artes circenses y otro
practica la defensa personal (kárate). La misión
financió la ampliación de la escuela
estatal con cuatro nuevas aulas, y edificó
un pabellón antituberculoso con 48 camas en
el hospital de la ciudad, además de aportar
medicamentos, adquirir una unidad móvil para
el Centro de Salud y hacerse cargo de las nóminas
del personal de limpieza. Así mismo, de las
menguadas arcas de Saint Mary salen los alquileres
de las viviendas de 40 ancianos y los gastos de 50
enfermos de sida y 80 de tuberculosis, además
de la ayuda destinada a unos 200 estudiantes, sin
contar los huérfanos directamente tutelados.
-- La reforestación también ocupa un
lugar importante entre nuestras tareas. En la parcela
que nos dieron para la escuela sólo había
un árbol, una acacia. Ahora tenemos más
de 10.000 árboles y plantas de 600 especies
diferentes. En otro terreno montañoso y malo
que las autoridades nos ofrecieron, plantamos 3.000
árboles. Y en las calles de la ciudad hemos
colocado un millar de árboles ornamentales
que ya han empezado a florecer. Con todo ello queremos
aportar nuestro granito de arena para cuidar a nuestra
Madre Tierra, tan manoseada y pisoteada por políticos
e industriales sin escrúpulos.
-- Has envejecido en la misión sin ver que
viniera otro cura joven detrás de ti, sabiendo
que hay muy pocas vocaciones sacerdotales. Los jóvenes
con las mismas inquietudes humanas que tú sentías
encuentran hoy muchos motivos para rechazar a la Iglesia
y prefieren apuntarse en alguna ONG. ¿Te preocupa
no tener relevo?
-- No. Creo que la Iglesia tiene capacidad para reorganizar
esta pesada estructura que tanto amarra. Lo cierto
es que mucha de la actual disciplina eclesiástica
tiene poco que ver con el espíritu de Jesús,
pero confío en que haya el suficiente sentido
común como para darse cuenta de ello. Porque
la fe es superior a las estructuras; éstas
cambiarán y la fe continuará. La Iglesia,
incomprensiblemente, ha ejercido un poder directo
durante años. Los papas abusaron de un poder
que no les confería el Evangelio. Actualmente
aún sigue existiendo un tipo de poder indirecto,
con concordatos y servicio diplomático. La
tentación de Jesús de adorar al demonio
en la montaña, (todo esto te daré
si te postras y me adoras) tiene como fondo su
misión mesiánica. Pero Jesús
no se sirvió del poder político secular
para realizar su misión. Y ese camino debe
seguir la Iglesia. Su poder es sólo directivo,
orientativo. Desde que llegué a Tanzania encontré
un tipo de Iglesia que, aun siendo jerárquica,
estaba orientada hacia los diferentes ministerios
seglares. Una parroquia puede contar con cincuenta
pueblos o sucursales, algunas a más de cien
kilómetros de distancia. La parroquia está
‘atendida’ por uno, dos o tres sacerdotes.
Pero en cada pueblo hay un catequista a modo de párroco
seglar que, con un consejo parroquial,
anima y orienta la vida cristiana de la comunidad.
El papel del sacerdote misionero es el de echar una
mano a ese grupo, además de lo sacramental.
Ultimamente las comunidades de base representan otra
evolución en la forma de orientar la experiencia
de fe. Así que hay muchas posibilidades de
reorganizar incluso el servicio del sacerdocio. Hoy
se insiste mas en el sacerdocio como estado que como
servicio; el día que el servicio prime, el
tipo de sacerdocio cambiara. Entretanto, yo rezo por
que llegue el día cuando la Iglesia tome en
serio la condición del pobre en el mundo, y
haga suya la suerte de tantos millones de personas
condenadas a vivir en condiciones infrahumanas. El
que fue Presidente de Tanzania, Julius Nyerere, meditaba
así: ‘se nos dice que el hombre esta
creado a imagen y semejanza de Dios. Cuando miro a
mi alrededor y veo tanto enfermo, pobre, ignorante,
¿tengo que concluir que Dios es enfermo, pobre,
ignorante? Ciertamente no. Por ello debo de concluir
que estas lacras que padecen tantos millones de personas,
están creadas y mantenidas por hombres. Y contra
ello tenemos que luchar.’ Echo de menos
una Iglesia donde haya aire fresco, donde sea posible
soñar y mirar al futuro de forma creativa.
Que valore las situaciones políticas, económicas
y sociales a la luz del Evangelio, a la luz de los
Derechos Humanos. Y que adopte una postura profética
donde corresponda. Esa actitud falta hoy en la Iglesia.
-- Sin embargo no faltan textos eclesiásticos
sobre la pobreza. Palabras que, escritas entre los
oropeles vaticanos o desde los palacios arzobispales,
nunca me han parecido creíbles...
-- La verdad, no entiendo que seamos capaces de utilizar
a los pobres mediante frases hechas como “los
pobres nos salvan”, “la Iglesia
es la voz de los que no tienen voz”, etcétera.
Muchas de esas frases llegan a ser insultantes. Porque
las pronunciamos sin dejarnos tocar por los pobres,
manteniéndolos a una distancia social suficiente
para que no nos molesten. Las empleamos en nuestros
púlpitos, despachos o reuniones sin haber experimentado,
y a veces ni siquiera intuido, la impotencia social
y económica que sufren los marginados. Corremos
el peligro de abusar de ellos, cuando no creamos una
relación humana. Jesús vivió
y enseñó en la calle; la sinagoga la
utilizó como un medio y no necesitó
despachos; hizo suya la situación de los marginados
y los salvó desde su condición de marginados.
Hay caridades que están centradas en uno mismo,
como se dice, buscando nuestra propia tranquilidad,
y eso puede ser inmoral. La caridad supone un mínimo
de compromiso por la justicia. Significa considerar
al marginado como un agente activo de su propia salvación
y de la nuestra, no un objeto pasivo de nuestra ayuda.
Se trata de actuar por solidaridad y no por caridad,
al menos como se la entiende en muchos ambientes eclesiales
que no se inspiran en la vida de Jesús. ‘Cada
persona es una manifestación de la Gloria de
Dios’. ¿Lo sabrán los pobres?
¿Podrán creérselo? Somos incapaces
de ayudarles a ver que ocupan el centro del corazón
de Dios, que desde su condición humana tienen
mucho que ofrecernos, que Jesús sufre con ellos
y que con ese sufrimiento ellos nos salvan. Esto no
cambiaría su condición, pero daría
sentido y dignidad a sus vidas. Sabrían que
sus vidas son preciosas, que tienen valor, que son
un fin en si mismas. Tagore decía que cada
niño que nace es una prueba de que Dios cree
en la Humanidad. ¿Será verdad eso? Necesito
creer que lo es. Lo evidente es que millones de niños
representan una prueba de lo cruel que es la Humanidad.
-- También podrían ser una prueba de
la crueldad de Dios, si existiera.
-- Sí, ante tantas injusticias y con los millones
de personas que mueren cada año debido a la
pobreza, resulta inevitable preguntarse si a Dios
se le ha escapado su creación de las manos.
¿No se ha dado cuenta de que somos incapaces
de controlar la libertad, el poder y el saber que
nos ha concedido y que, en definitiva, son los valores
que nos hacen ser a su imagen y semejanza?
¿No se ha dado cuenta de que el tener
y el poder cuentan más que el ser?
Parece que a Dios le resulte más fácil
controlar el deambular de miles de millones de galaxias
por la inmensidad del universo y por tiempos inmemoriales...
No es raro que dudemos de su amor, al ver tanta injusticia
y tanto dolor. Y sí lo es esperar contra toda
falta de esperanza, creer contra toda falta de credibilidad
que Dios es amor, que es padre y madre. Produce amargura
constatar que Jesús se hizo uno de nosotros,
asimilando la condición de los humillados y
despreciados, dejándonos unos principios capaces
de defender al pobre. Los valores evangélicos
se mueven en el área de la unidad, igualdad,
justicia, perdón, paz, dar gratis porque hemos
recibido gratis, considerar al otro más importante
que uno mismo... y nosotros insistiendo en leyes,
en obligaciones morales donde el no debo,
el compromiso moral, es más importante que
el no puedo, el compromiso personal, evangélico.
El ‘Dios es amor’ en nuestros
labios, al no estar enraizado en nuestro compromiso
como lo estaba en Jesús y sus discípulos,
abre ese abismo de credibilidad entre nuestra teoría
y nuestra práctica. Finalmente, aunque nunca
falten preguntas, más que dudar del amor de
Dios por quienes padecen tanto en el mundo, dudo del
amor de la Iglesia. Hay muchas críticas, dentro
y fuera. No faltan cristianos que afirman Jesús
sí, Iglesia no. Ghandi lamentaba que los
cristianos oscureciéramos el Evangelio. ‘Por
sus frutos los conoceréis’. ¿Es
que nuestros frutos se han vuelto agrios? No he oído
que nadie haya dejado la Iglesia porque nuestro programa,
nuestra exigencia de vida, nuestro compromiso por
la justicia y la igualdad sean demasiado fuertes.
No somos una alternativa. ¿No tenemos una responsabilidad
grande de que tantos cristianos abandonen su fe?
-- La decepción también resulta inevitable
en el terreno político. Y alcanza a las grandes
instituciones humanitarias internacionales...
-- Sí. Hace tiempo las Naciones Unidas se propusieron
como meta oficial para el año 2012 que todos
los niños del mundo estuvieran escolarizados
y que, al menos, recibieran enseñanza primaria.
Ahora hablan de aplazarlo hasta el 2018. También
anunciaron que la población mundial sumida
en la pobreza se iba a reducir a la mitad. Y desde
que lo hicieron no ha parado de aumentar. La verdad
es que no hay una voluntad mínimamente seria
de solucionar el problema por parte de las instituciones
políticas, económicas ni religiosas.
El hambre de aquí se decide allí. Porque
los precios de las materias primas africanas se fijan
en las bolsas de Europa y America del Norte. Se prohibe
a los países pobres que ayuden económicamente
a los agricultores que producen algodón, mientras
en Europa se les otorgan subsidios. Es decir que se
subvenciona a los ricos, impidiendo que los pobres
compitan con ellos. Por otra parte, los gobiernos
democráticos europeos han provocado la caída
de políticos africanos que podrían haber
hecho algo por su gente, diciendo que en la democracia
no hay lugar para el comunismo mientras sostienen
a regímenes corruptos que favorecen sus intereses.
El dinero africano fruto de esa corrupción
no tiene problemas para cruzar clandestinamente las
fronteras europeas. Pero si quienes huyen de la pobreza
africana tratan de cruzar esas mismas fronteras, tropiezan
con la parafernalia policial de una cortina impenetrable
e inhumana.
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