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CRÓNICAS EN RNE


HISTORIAS MÍNIMAS:

22. "Memorias de Buenos Aires (I)". 7/6/2005


En vez de comenzar con el habitual buenos días --que da título a este programa-- hoy debería hacerlo con un buenas madrugadas, ya que aquí, en Argentina, son las seis y media de la mañana. Cinco horas menos que en España, cinco horas tremendas por lo que suponen de madrugón, y también seis meses más, porque estamos asomándonos al invierno. Buenos Aires amanece bajo una neblina persistente y fría que, como un tango, invita a la nostalgia de ilusiones perdidas. Así que anoche estuve dando un largo paseo, por mis rincones favoritos de esta ciudad, compartiendo con mis compañeros Jesús Mata y Carlos Días Oliván la impresión de que a veces el tiempo no es capaz de borrar, ni siquiera de difuminar, sentimientos y sensaciones. Porque estamos trabajando sobre un tema ya antiguo, pero que nunca se hará viejo: la tragedia humana y el fantasma político de miles de detenidos desaparecidos bajo la dictadura militar del general Videla. Han pasado casi 30 años desde aquellos días sangrientos, pero no podemos dejar que caigan en el olvido, porque recordarlos continúa siendo la única forma de hacer un mínimo de justicia. Todavía hay pintadas sobre los muros de Buenos Aires, que surgen cada semana, pidiendo castigo para los culpables de una represión militar que, dejó treinta mil desaparecidos sin muerte reconocida. Y si los muertos son tozudos, los desaparecidos lo son aún más: muertos que reclaman el reconocimiento de sus torturas y asesinatos.

Ayer pasé un par de horas hablando con mi amiga Dionisia López Amado, un madre de plaza de Mayo española, que a sus 77 años sigue siendo dueña de los ojos verdes más profundos que conozco. Dionisia, gallega, dejó su Cedeira natal en 1952 y emigró en 1952 con su marido y un niño de cinco meses, Antonio Adolfo Días López. Lo crió en Argentina y lo perdió 24 años después, junto a su nuera, Estela María. Eran las once y media de una noche de 1976, cuando los militares se los llevaron. Su rastro se perdió en el cuartel de Campo de Mayo. Desde entonces, Dionisia pide que se haga justicia. Hemos quedado para caminar juntos, pasado mañana, en torno al monolito de Plaza de Mayo, en la breve marcha que todos los jueves hacen incansablemente las Madres de los desaparecidos. Las Madres no pueden rendirse al cansancio porque los asesinos de sus hijos continúan en libertad, sin que nada ni nadie los inquiete por los crímenes atroces que cometieron.

No me avergüenza decir en público que deseo lo peor para esos canallas: una larga vida con pesadillas atormentando todas sus noches. Pero no creo que sea verdad lo que dijo de los verdugos castrenses el arzobispo de Santiago de Chile. El 5 de diciembre de 2004, Francisco Javer Errázuriz, pidió que no se recriminara a los militares que aplicaron tortura a presos políticos durante la dictadura de Pinochet, asegurando que ‘también ellos están sufriendo enormemente’. Puesto a hacer de buen pastor, recomendó a su rebaño religioso que se apiadara del sufrimiento de los verdugos, porque añadió-- ‘ellos también necesitan de nuestra cercanía, de nuestro apoyo’. Seis días antes se había publicado en Chile el Informe sobre prisión política y tortura, redactado por una comisión que escuchó los testimonios de más de 27.000 presos políticos víctimas de torturas entre 1973 y 1990. La comisión, presidida por otro obispo (Sergio Valech) asegura que el 97 por ciento de los detenidos durante la dictadura militar fueron torturados, y considera probadas prácticas tan aberrantes como emplear animales en las violaciones de los prisioneros políticos.

En Argentina la barbarie fue aún mayor. De eso sabe más que nadie un hombre con quien tomaré café esta tarde: Julio César Strassera, el fiscal del juicio a los Comandantes en Jefe de la Junta Militar, que logró condenarlos y sufrió la frustración de verlos salir en libertad, indultados por un poder político tan débil como corrupto. Ahora, por fin, al cabo de años de gritos en las calles, las infames leyes de Punto Final y Obediencia Debida --que significaron impunidad para los crímenes de los centuriones-- serán derogadas. Aunque sea muy tarde, su anulación significará recuperar algo de esperanza, y ayudará a descansar tanto a los muertos como a quienes han pasado buena parte de sus vidas pidiendo información sobre su destino y un justo castigo para los asesinos.
 

 
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Última actualización:
20-Jul-2005
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