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CINE MUDO
  
 
JOYAS DEL CINE MUDO
(1996, Editorial Complutense).

Un catálogo personal de obras favoritas del cine mudo, clasificadas a partir de sus autores y estrellas principales, elaborado como divertimento para enamorados de la imagen sin palabras. Ilustrado con carteles originales de cada película. Incorpora un inventario de los títulos que se conservan del cine mudo español.


Fragmentos:

1. PRÓLOGO: Una forma de arte desaparecida y otra forma de ver el cine.

En sus comienzos el cine ejerció una singular fascinación sobre los espectadores. La fotografía en movimiento sorprendió al público de los últimos años del siglo XIX, y la imagen muda llegó a tener una fuerza casi hipnótica sobre el público. Los actores, privados de la palabra, también tuvieron que aprender a administrar sus recursos interpretativos, potenciando el valor de la mirada y la expresión corporal; y la cámara se convirtió en vehículo para recorrer el vasto universo de la imaginación. Pero enseguida el cine dejó de ser considerado una mera "novedad técnica", y aprendió a contar historias, convirtiéndose en un arte nuevo. Desde sus primeras filmaciones, empezó a desarrollar un lenguaje propio, privado de la palabra hablada, pero con una gran capacidad de sugerir ideas y provocar sensaciones. El cine basaba su narrativa en la composición con la cámara y en el ritmo del montaje. Las películas no solo mostraban hechos, sino que trataban de plasmar en imágenes las ensoñaciones de los personajes y expresaban plásticamente inquietudes y sentimientos.

"En aquel tiempo, el público se metía más en la película y el cine llegaba a ser, en algunos casos, una experiencia mística --asegura Kevin Brownlow--- Aunque el cine era mudo, muchas veces ello no significa que tuviera una forma más primitiva que el sonoro, sino que también era una forma aparte, diferente. Como la escultura y la pintura. Cuando el cine mudo desapareció, una forma de arte se perdió."

El espectador de entonces recibía un cúmulo de sensaciones e información, de modo totalmente diferente al cine actual. La imagen muda llegaba a tener una fuerza casi hipnótica sobre el público. Las técnicas narrativas se perfeccionaron hasta desarrollar un lenguaje fluido, una fuerza visual de gran intensidad y sutileza. Los actores, privados de la palabra, también tuvieron que aprender a administrar sus recursos interpretativos, potenciando el valor de la mirada y la expresión corporal. Pero el cine era algo más que un nuevo arte. Ir al cine durante las primeras décadas de nuestro siglo tenía también otros significados. Porque aquella pantalla luminosa, al fondo de una sala oscura, representaba una ventana abierta a otros mundos y otras vidas. Y el público siempre tenía la impresión de contemplar hechos excepcionales. En la penumbra de la proyección, los espectadores quedaban envueltos por un ambiente casi mágico. Florentino Soria, el veterano historiador y ex-subdirector general de cine, recordaba así la emoción con que había vivido en su niñez las sesiones de cine: --"Sonaba un timbre constante llamando al público, llamando la atención del público, anunciando que la proyección iba a empezar... Y aquello me producía una excitación... como un temblor de ir a asistir a aquella cosa maravillosa que era... que era la magia del cine."

La cámara se convirtió en vehículo para recorrer el vasto universo de la imaginación. Así, en los primeros tiempos del cine ya se ofrecía al espectador la posibilidad de ser testigo de la llegada de Papa Noel, la noche de Navidad; o de viajar a través del tiempo hasta una época inventada, en la que los hombres se enfrentaban a dinosaurios. Aquellos trucajes primitivos, que hoy parecen tan elementales, dejaron al público boquiabierto ante imágenes que le parecían sacadas de un sueño. Esa mezcla de sorpresa y respeto, se mantuvo más de dos décadas, durante las cuales los espectadores acudieron a las salas de proyección con una actitud casi reverencial.

-"Usted entra en una catedral, le impone la grandeza, el silencio... Pues el cine era igual --la valoración es Albert Gasset, superviviente de los pioneros catalanes-- "El que iba al cine, se puede decir que iba a una catedral, dicho sea para catalogarlo. ¿Verdad? Había una cosa... Imponía. Entrar en un local de cine, ya imponía..."

El cine nació en blanco y negro. Y habrían de pasar casi tres décadas antes de que se rodasen las primeras películas en el primitivo Technicolor. Pero la necesidad del color se dejó sentir enseguida. Y se recurrió al pintado manual de los fotogramas, artesanía en la que fue maestro el español Segundo de Chomón. La rápida industrialización del cine hizo imposible Mantener aquél procedimiento, tan lento como costoso. Y se buscaron otras fórmulas que creasen la ilusión del color.

- "La gente tiene la idea de que las películas antiguas, eran en blanco y negro nada más. Y nada más lejos de la verdad, --explica el restaurador Manuel Sayans-- porque sus distintas secuencias estaban teñidas con diferentes colores. Por ejemplo, los paisajes se teñían de verde; los incendios, de rojo; las escenas nocturnas, de azul..."

Los tintes de color exigían que cada secuencia se tratase por separado en el laboratorio y que cada copia se montase. Pero esta técnica resultaba impracticable en películas con banda sonora. Y con la llegada del sonido, la imagen quedó despojada de la riqueza pictórica de los virados. Además, la mayoría de las películas mudas se conservan únicamente en blanco y negro, perdidos sus tintes en el paso del soporte de nitrato a safety. Como también se han perdido muchas partituras musicales, compuestas para el cine mudo. Porque, como dice el maestro Joan Pineda, "el cine mudo nunca fue mudo; se le llama así porque carecía de sonidos registrados, no tenía diálogos, ni ruidos... pero siempre tuvo música". La música acompañaba al cine desde los estudios de rodaje, hasta los locales de exhibición. Los directores la utilizaban para motivar a los actores. Y estos exigían que los pianistas o violinistas presentes en el plató tocasen sus temas favoritos mientras ellos actuaban ante la cámara. Después, la música sonaba durante las proyecciones, enmarcando en un ambiente adecuado la trama de la película, y también subrayando la acción para suplir la falta de efectos sonoros. Los principales locales de estreno disponían de grandes orquestas; los cines de barrio o de pueblo, se contentaban con un trío, un dúo o, en el peor de los casos, un pianista. Además, la actuación de los músicos servía para cubrir los cuchicheos del público en la sala y evitaba que los espectadores se sintiesen cohibidos por el silencio. "La peor forma de ver una película muda --según Kevin Brownlow-- es sin música alguna, o con una de esas músicas ramplonas y vertiginosas que suelen improvisarse al piano".

A veces, el número de rótulos informativos o con diálogos resultaba excesivo y convertía las proyecciones en sesiones de lectura colectiva. Para paliar esa servidumbre narrativa del cine mudo, los exhibidores crearon la figura del "explicador": un narrador que, de viva voz, leía los intertítulos e incluso comentaba la acción. Su trabajo representaba una ayuda decisiva para muchos espectadores, cuando el analfabetismo estaba aún muy extendido. Como recordaba el senador José Prat, "los explicadores daban cierta gracia a las sesiones de cine, a veces con ocurrencias muy pintorescas. En mi tierra les llamaban "recaredos". Y algunos eran conocidos hasta por el apellido, como el famoso "recaredo Gorgoños". Cuando el público de gallinero no entendía la película, gritaba: "recaredo, anuncia." Y no tenía más remedio que salir un "recaredo" y contar lo que pasaba en la pantalla." Pero, además, los cines de principios de siglo representaban paraísos románticos más all de las películas que ofrecieran, por lo que se vivía en la propia sala de proyecciones. El cine era el único lugar donde las parejas podían estar un par de horas juntas, envueltas por la oscuridad y sabiendo que las miradas de todo el mundo a su alrededor permanecían fijas en la pantalla. Algunas salas se hicieron célebres por sus palcos con saloncito, cerrojo y gruesas cortinas.

Claramente, aquel cine era muy distinto y todo en él tenía otra significación para los espectadores. Conviene tenerlo presente, al ver una de esas películas mudas que nos suelen llegar en blanco y negro, copias deficientes, proyectadas sin respetar su velocidad original, con la imagen mutilada por la "reserva de banda", sin música o con músicas inadecuadas... Factores que se repiten e incluso se acumulan con frecuencia, y que contribuyen al absurdo rechazo mayoritario de verdaderas joyas del cine. Porque la etapa muda --tan desconocida de la mayoría del público que acude a las salas de proyección, graba películas de televisión o las compra en videocasetes-- supone la tercera parte de la existencia del cine. Sin embargo, los seis o siete años anteriores a la llegada del sonido, constituyen uno de los periodos más ricos en la historia del séptimo arte.

 
2. CIEN PELICULAS SELECCIONADAS CAPRICHOSAMENTE

100 es casi una cifra mágica: el número redondo por excelencia, a la hora de formar un lote amplio de materiales. Y ese carácter del centenar se potencia cuando un editor decide la cantidad de títulos a incluir en un libro sobre películas mudas, cuya publicación coincide con el centenario del cine. Pero 100 es también un número maldito, cuando se convierte en una barrera infranqueable, cuando limita el número de obras a escoger. Entre un centenar, resultan más notorias las ausencias que entre una docena. Porque el parangón es ya lo suficientemente amplio para discutir la inclusión de un título en lugar de otro.

¿Cómo escoger un solo cuadro de Picasso, una sola ópera de Puccini, un solo poema de Neruda? Es igualmente imposible quedarse con una única película de Stroheim, o con una única actuación de Lillian Gish. Seleccionar un título de las filmografías de los grandes creadores, ídolos y estrellas del cine mudo, descartando cientos de películas para destacar unas pocas, es una tarea forzosamente arbitraria. Solo se puede hacer asumiendo el mayor subjetivismo, el gusto personal y un favoritismo de cinéfilo como método de trabajo. El resultado no puede ser más que un libro caprichoso, un catálogo incompleto para coleccionistas, un divertimento exclusivamente para enamorados de la imagen silenciosa. Este volumen tampoco pretende ser otra cosa. Todos los títulos citados se encuentran en mi archivo particular, lo que me ha permitido el placer de revisarlos antes de escribir sobre ellos. Por otra parte, esto significa que están al alcance de coleccionistas, aunque con mayor o menor facilidad en cada caso. No he querido incluir ninguna película imposible de conseguir.
 

 
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Última actualización:
26-Jul-2006
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