
'POL POT, EL ÚLTIMO VERDUGO. Viaje
al genocidio de Camboya',
(1998,
Editorial Planeta).
Fragmento
4 de 4: CAPÍTULO 4º.
Toul
Sleng: La escuela de la muerte.
-- "En estos momentos no podemos emplear la
expresión 'ir a la escuela'. Las gentes sencillas
de Phnom Penh la identifican con la muerte" -me
explicaba un maestro- 'ya que para los jemeres
rojos mandar a alguien 'a la escuela' significaba
enviarlo al campo de exterminio instalado en la escuela
de Toul Sleng".
Nada expresa mejor la naturaleza del régimen
de Kampuchea Democrática que Toul Sleng. Convertido
en sede del 'Santebal 21' ó 'S-21',
principal centro de detención e interrogatorios
de la policía política, el antiguo colegio
católico de Toul Svary en Phnom Penh constituye
uno de los mayores símbolos del terror polpotista.
Sus archivos ofrecen detalladas informaciones sobre
más de quince mil prisioneros que pasaron por
sus dependencias. Todos fueron, sin excepción,
sistemáticamente torturados antes de ser ejecutados
con un garrotazo en la nuca y sepultados en alguna
de las numerosas tumbas comunes cavadas en los alrededores.
Las fosas, cuya capacidad oscilaba entre veinte y
cincuenta cuerpos, llegaron a invadir los terrenos
de algunas aldeas vecinas como la de Toul Kork. Cuatro
supervivientes cuidaban las instalaciones de la escuela
transformadas en auténtico museo de los horrores,
enriqueciendo las evidencias materiales con sus testimonios
personales.
Bajo los somieres metálicos que constituían
el único mobiliario de las salas de interrogatorios,
se veían todavía los charcos secos de
la última sangre vertida por los funcionarios
policiales. En el suelo habían quedado, tirados,
algunos instrumentos de los verdugos. Herramientas
rudimentarias, ya que la alta tecnología no
es imprescindible para causar dolores insoportables
a los prisioneros: basta con unas tenazas y un bote
de alcohol. Cada día, al hacer la limpieza,
se evitaba tocar aquellas huellas postreras de una
barbarie retratada en las fotografías de los
cadáveres de reclusos atormentados, atados
a sus jergones, que las tropas vietnamitas encontraron
el día de su entrada en Phnom Penh. Cuerpos
que fueron sepultados en el patio central del colegio,
junto a los últimos asesinados apresuradamente
en plena fuga de sus guardianes.
Un gigantesco montón de ropa era cuanto habían
dejado tras de sí miles de infortunados: las
únicas posesiones con que habían llegado
a Toul Sleng. Algunos uniformes militares destacaban
entre vestimentas pobres, sucias todas y muchas ensangrentadas.
Un cuadro semejante al que se encuentra en Auschwitz
y otros campos de exterminio nazis. Como idénticas
a las imágenes de las víctimas del Tercer
Reich eran las fotografías tomadas a los presos
políticos de Kampuchea Democrática antes
de ejecutarlos. Miles de caras demacradas, con miradas
de ultratumba, extraídos de los archivos de
la muerte cubrían las paredes de una enorme
sala, alineados en inmensos murales. Rostros asustados
de hombres y mujeres, incluso ancianos y niños,
todos con el horror reflejado en los ojos. Algunos,
sonriendo con muecas patéticas ante la cámara.
(Una de las imágenes mostraba una mano con
los dedos abiertos que presionaba el costado de un
prisionero, como si pretendiera arrancarle una risa
imposible). Cada retrato incluía un número
de referencia. Debajo se podía leer el nombre
del desdichado. Había algunas personalidades
jemeres conocidas, como el célebre ingeniero
Seang Por Se. También, numerosos intelectuales
que regresaron del extranjero con ánimo de
participar en una revolución cuyas aberraciones
desconocían, y que fueron detenidos en el momento
mismo de su aterrizaje en el aeropuerto de Phnom Penh,
como Ros Sarin, el antiguo delegado de la compañía
estatal Air Cambodge en París.
(Nueve años después, en otra visita
a Toul Sleng, gran cantidad de fotografías
tenían escritos nombres con lápiz o
bolígrafo bajo sus números. "Muchos
visitantes camboyanos han identificado a sus familiares
desaparecidos y han querido devolverles la identidad,
-nos informó el intérprete que nos acompañaba-
"Yo mismo lo hice con el retrato de mi padre".
Mi compañero Ricardo Iznaola quiso saber algo
más. El traductor nos llevó a una habitación
vecina para mostrarnos la imagen de un hombre musculoso,
embutido en una camiseta oscura. Allí, el traductor
prosiguió su relato: "No llegaron a
matarlo. Uno de los supervivientes, que estaba en
su misma celda, me contó que lo torturaron
hasta que acabó por declararse culpable de
cuantos delitos políticos quisieron atribuirle.
Y antes de que lo ejecutaran, una noche se suicidó.
Como no tenía con qué hacerlo, se mordió
la lengua y se desangró lentamente. Los que
estaban tendidos a su lado respetaron su decisión.
Ninguno avisó a los guardianes, que al día
siguiente encontraron su cadáver ya frío.")
En otro pabellón se exhibían los retratos
de los funcionarios de la muerte: las fotos oficiales
de Deuch (Kaing Khek lev), máximo responsable
del 'Santebal 21', de semblante inexpresivo
con facciones afiladas, y de los hombres y mujeres
que con tanto esmero actuaron a sus órdenes,
jóvenes, fuertes, tan solo diferentes de sus
víctimas en la mirada segura e implacable.
Y también una imagen de familia: el
jefe de interrogatorios Chan (Mam Nay) junto a su
esposa y su hijo, acompañado por sus principales
verdugos y sus familias, posando con aire satisfecho
a la entrada de su centro de trabajo.
In Cham, un escultor originario de Siem Reap, y el
dibujante Bou Memg, nacido en Battambang, salvaron
la vida gracias a sus habilidades artísticas.
Permanecieron dos años confinados en Toul Sleng,
realizando retratos y figuras con la efigie oficial
de Pol Pot.
-- "Los cautivos debíamos escoger entre
tres acusaciones básicas para declararnos culpables
de una por lo menos, si queríamos que cesaran
las torturas que nos aplicaban: o ser agente de la
CIA, o del KGB, o de los servicios secretos vietnamitas.
No había más inculpaciones que esas
tres" -explicaba In Cham- "Yo opté
por afirmar que pertenecía a la CIA, después
de haber sido golpeado en la cabeza con un bastón
durante tres días y tres noches, haber recibido
descargas eléctricas y ser repetidamente sometido
a asfixia por inmersión de la cabeza en un
tanque de agua."
-- "¿Recuerda algún gesto de piedad
por parte de sus guardianes durante los meses que
pasó encarcelado?"
-- "No. Todos eran muchachos muy jóvenes,
de quince o dieciséis años, totalmente
fanatizados y sometidos a la autoridad absoluta de
su jefe, un antiguo profesor de Arte en el Liceo de
Phnom Penh, llamado Duch."
Bou Memg, pintor publicitario especializado en carteles
cinematográficos, no llegó al S-21 para
ser interrogado, sino previamente designado por el
Angkar como retratista oficial de Pol Pot. Ello le
libró de nuevas torturas, pese a que se había
inculpado de relaciones con la CIA, cuando fue detenido.
Toul Sleng fue su estudio de dibujo y a lo
largo de un año entero tuvo que compartir con
los demás presos los horrores de la vida en
el centro de detención, hasta que logró
fugarse en plena desbandada final de los jemeres rojos.
-- "Nos levantábamos a las cuatro de
la mañana y hacíamos media hora de gimnasia,
con los grilletes de hierro en los tobillos. Aunque
estábamos casi desnudos, nos registraban todos
los días. Dos horas más tarde, obligaban
a los presos a tumbarse otra vez en el suelo. Así,
durmiendo o fingiendo hacerlo, pasaban toda la jornada.
Estaba prohibido sentarse o incorporarse sin permiso.
Tampoco se podía hablar. Yo por lo menos tenía
la suerte de trabajar. Y gracias a ello tampoco volvieron
a torturarme, tras haberme dejado la espalda en carne
viva con una caña de bambú cuando me
apresaron en Battambang. Comíamos siempre lo
mismo: al medio día, un plato de potage y para
cenar, una taza pequeña de sopa de plátano.
Dos veces al día nos daban un vaso de agua.
Nos trataban como animales. Cada vez que había
un cambio de guardia nos recontaban, golpeando con
un bastón la cabeza de cada uno. No recibíamos
información alguna. Ni siquiera sabíamos
qué día o qué hora era."
Durante sus jornadas de dibujo, siempre con el odiado
rostro de Pol Pot surgiendo de sus lápices
y pinceles, Memg contemplaba por una ventana el siniestro
espectáculo de las torturas en el patio. Lo
mismo contaba Kong, un carpintero de cincuenta y ocho
años que consiguió escapar de la muerte
gracias a enmarcar los retratos del Hermano Numero
Uno hechos por Nat, y a construir peanas para sus
bustos, obra de In Cham. Kong recordaba sobre todo
el tremendo olor de los cadáveres.
-- "En esta cárcel murieron mi mujer
y mis tres hijos. Un día vi como entraban aquí,
vigilados por los guardianes. Ya no volví a
saber más de ellos. Ni siquiera me dijeron
dónde sepultaron sus cuerpos."
Kong no aceptaba la comparación de los jemeres
rojos con los nazis:
-- "Estos eran mucho peores. Hitler no exterminó
a su propio pueblo como Pol Pot hizo con el suyo".
El director del museo de Toul Sleng era el cuarto
de sus supervivientes. Ieng Pech, un técnico
de obras públicas al que trasladaron desde
Kompong Son, donde estaba encargado de la formación
de mecánicos. Este es el relato que escuché
de sus labios:
-- "Tras obligarme a escribir una detallada
autobiografía, fui torturado durante dos semanas.
Me golpearon salvajemente y me arrancaron todas las
uñas, hasta que afirmé ser agente de
la CIA. Había trabajado en la construcción
de carreteras a las órdenes de técnicos
norteamericanos en 1954, y aquella experiencia me
sirvió para dar credibilidad a la novela de
espionaje que tuve que inventarme. Después
me recluyeron en la celda número cuatro del
pabellón 'D'. En ella nos hacinábamos
cuarenta prisioneros, desnudos unos y en calzoncillos
otros, pero todos sujetos con grilletes metálicos."
Cuando ya se habían cumplido todos los trámites
previos a su ejecución. Ieng Pech se volvió
imprescindible para sus verdugos. Porque nadie excepto
él era capaz de reparar y mantener en funcionamiento
el grupo electrógeno que abastecía de
energía al local.
-- "De aquella máquina dependía
mi vida. La cuidé como un tesoro durante meses,
ya que me habían advertido que si se paraba
me matarían. Me trasladaron a un cuarto junto
a otros tres prisioneros, y empecé a recibir
cierto trato de favor. También arreglaba los
aparatos de radio, lo que me permitía estar
al corriente de cuanto ocurría y, al final,
pude saber que la liberación se aproximaba."
Entre las diez mil fichas del S21 figuraban varios
extranjeros. Al cabo de una hora hurgando en los legajos
que contenían las declaraciones de los reclusos
-con la huella del pulgar estampada junto a la firma-
hallé un grueso carpetón con los denominados
'expedientes internacionales'. En su interior
se encontraban, junto a los textos de las confesiones
arrancadas bajo tortura, algunas cartas y fotografías
personales. La nota grotesca la ponía el retrato
de uno de aquellos desgraciados vestido de hombre
rana: el recuerdo de una jornada deportiva había
servido como 'prueba' de su 'entrenamiento
para actividades de sabotaje'. Ejecutados como
'agentes enemigos extranjeros' figuraban un
neozelandés, dos australianos, tres franceses,
dos norteamericanos y numerosos paquistaníes,
tailandeses, laosianos y vietnamitas.
Ronald Keith, un joven australiano que fue asesinado
apenas unos días antes de la invasión
vietnamita, confesaba haber sido reclutado por la
CIA en Londres en 1968, dando el 5.389 como su 'número
de código' en la organización. Aseguraba
haber sido destinado en el golfo de Siam a bordo de
una pequeña embarcación, como especialista
en transmisiones militares. Y explicaba detalladamente
unos supuestos planes de la Agencia Central de Inteligencia
norteamericana, con el propósito de derrocar
a Pol Pot, poner fin a la revolución y convocar
elecciones democráticas. Un plan que, de ser
cierto, habría supuesto una bendición
divina para la atormentada Camboya... aunque hubiera
surgido de los sótanos de la mismísima
CIA. Un ciudadano estadounidense llamado James William
Clark afirmaba haber trabajado para la CIA en España
y Marruecos, antes de ser enviado al sudeste asiático.
Pero el manuscrito que más me impresionó
fue el de un francés, Rovin Bernard, ejecutado
el 15 de mayo de 1976. Porque al escribir la obligada
autobiografía, plasmó con el mínimo
detalle todos los recuerdos íntimos de su infancia.
Ronald Keith, un joven australiano que fue asesinado
apenas unos días antes de la invasión
vietnamita, confesaba haber sido reclutado por la
CIA en Londres en 1968, dando el 5.389 como su 'número
de código' en la organización. Aseguraba
haber sido destinado en el golfo de Siam a bordo de
una pequeña embarcación, como especialista
en transmisiones militares. Y explicaba detalladamente
unos supuestos planes de la Agencia Central de Inteligencia
norteamericana, con el propósito de derrocar
a Pol Pot, poner fin a la revolución y convocar
elecciones democráticas. Un plan que, de ser
cierto, habría supuesto una bendición
divina para la atormentada Camboya... aunque hubiera
surgido de los sótanos de la mismísima
CIA. Un ciudadano estadounidense llamado James William
Clark afirmaba haber trabajado para la CIA en España
y Marruecos, antes de ser enviado al sudeste asiático.
Pero el manuscrito que más me impresionó
fue el de un francés, Rovin Bernard, ejecutado
el 15 de mayo de 1976. Porque al escribir la obligada
autobiografía, plasmó con el mínimo
detalle todos los recuerdos íntimos de su infancia.
Ninguno de los cuerpos de aquel puñado de extranjeros
pudo ser recuperado. Sus restos descansan mezclados
con los de otros miles de víctimas de la sangrienta
utopía polpotista, en alguno de los osarios
que rodean a Toul Sleng.
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