La mujer de la fotografía se llama Nana Buei. Sólo tiene 22 años, aunque
aparente más. Hace 10 días que parió dos niños, a los que contempla angustiada
porque a penas tiene con qué alimentarlos.Y sabe que, si sobreviven, sus
hijos están destinados a engrosar la legión de criaturas hambrientas que
forma el 40% de los nacidos en Níger, condenados a padecer las consecuencias
de la desnutrición crónica.
Pero Nana Buei es sólo una entre cientos de miles de mujeres que comparten
la misma tragedia, madres de esos 800.000 niños gravemente afectados por
el hambre, entre los que -según la voz de alarma dada por el Unicef- más
de 130.000 se encuentran bajo riesgo de muerte.
Nana, musulmana de la mayoritaria etnia hausa, fue entregada en matrimonio
a la edad de 12 años, inmediatamente después de que se le presentara la
regla por primera vez. Tuvo suerte, porque fue una boda familiar, acordada
entre parientes. Y la casaron con Abdú, un humilde campesino poco mayor
que ella. «Yo estaba muy contenta porque quería a mi marido -confiesa-
mientras que algunas de mis amigas quedaron emparejadas con hombres mucho
más viejos, a los que casi no conocían». Pero la buena fortuna duró poco
tiempo. Nana no tardó en quedarse embarazada, dio a luz un hijo prematuro
y lo vio morir en sus brazos a los pocos días.
«Desde entonces sentí una pena tan honda que mi cuerpo no pudo tener más
hijos», dice sin alzar los ojos del suelo, en la penumbra de su choza.
«Mi marido quería tener descendencia, como es natural.Y se avergonzaba
ante su familia y sus amigos, porque yo no lograba quedarme embarazada.
Los hijos son necesarios, sin ellos nada tiene sentido, la familia no
existe y no hay futuro».
El misionero español José Collado fue quien nos condujo hasta el hogar
de Nana, en una aldea a una veintena de kilómetros de Maradi, y nos sirvió
de intérprete. Sin la confianza desarrollada durante años con el piadoso
hombre blanco que tanto había ayudado a su comunidad, Nana nunca habría
aceptado recibirnos a solas en su casa y hablarnos de su intimidad. «Las
creencias animistas, que persisten bajo la fe musulmana de estas gentes,
hicieron que el pueblo atribuyera su esterilidad a algún mal espíritu
poderoso», explica Collado. «Su marido podía haberla repudiado pero no
quiso hacerlo, sino que prefirió tomar una segunda esposa».
«Aunque éramos y somos muy pobres, comprendí que Abdú necesitaba otra
mujer», prosigue Nana. «Ella le ha dado seis hijos, todos los que yo no
pude; se queda embarazada cada año y yo la ayudo a criarlos».
No es una tarea fácil sacar adelante una prole numerosa en el sur de Níger,
con una renta diaria de ochenta céntimos de euro diarios. «Sin embargo,
las mujeres tienen siete u ocho niños, de los que suele morir un par,
y obran el milagro de alimentarlos, pese al injusto reparto tradicional
de los ingresos en las familias campesinas: la cosecha se divide en tres
partes; una se destina al comercio, otra al disfrute exclusivo de patriarca,
y la última queda para la mujer y los hijos», aclara el misionero.
La penuria se agudiza siempre durante los meses de la sudir, nombre que
los hausas dan al periodo de escasez entre junio y octubre y que los técnicos
de la FAO denominan hunger gap. Pero esta vez la sudir resulta más grave
que nunca. El año pasado una plaga de langostas destrozó los cultivos,
la cosecha fue pésima y la actual sequía anuncia otra recolección mínima.
Abdú ha visto enflaquecer a los pocos animales que atesoraba y, como todos
sus vecinos, ha tenido que malvenderlos para comprar alimentos.La dieta
básica es el mijo con agua, cocinado de distintas formas, como sopa, cuscús,
pasta seca... Pero la escasez ha elevado el precio de los cereales hasta
volverlos inasequibles. Desde julio, el saco de 100 kilos de mijo se cotiza
en los mercados locales a cerca de 40.000 CFA, mientras el valor de una
vaca ha caído a 750 CFA.
Inesperadamente, en el peor momento posible, Nana volvió a quedarse embarazada.
Y la preocupación económica enturbió la alegría familiar. Sobre todo,
cuando parió dos bocas más. «Es curioso que en las épocas de hambre sea
cuando más gemelos nacen», comenta José Collado. Recuerdo haber oído lo
mismo en Wukro (Etiopía), en boca de otro misionero, mi buen amigo Angel
Olaran.
«Yo creía que nunca volvería a ser madre y eso me causaba mucha amargura.
Aunque seguía dando amor a mi esposo y criaba sus hijos con su otra mujer,
me sentía menospreciada por todos. Por eso me llevé una alegría inmensa
al tener dos niños, dos varones, a los que hemos llamado Hassan y Houseini.
Pero al mismo tiempo estoy muy triste porque mis pechos están secos. Y
como mi marido vendió las cabras no tenemos una sola gota leche».
Nana sólo dispone de agua con azúcar para alimentar a los recién nacidos.
Por eso los mira con miedo. La matrona del pueblo pasa junto a ella día
y noche, pendiente de la evolución de las criaturas.Y Abú las observa
desde su propia choza, a la vez que mira constantemente al cielo y cuenta
los días que transcurren sin que llegue la lluvia: 15, cinco más de la
edad que tienen sus hijos.
El mijo ha empezado a brotar. Y el agua es imprescindible para que acabe
de desarrollarse. Pero el último riego divino se retrasa mientras las
vidas de los pequeños Hassan y Houseini amenazan con apagarse. Abú mantiene
una expresión indescifrable, que Collado atribuye a un fatalismo y una
resignación ancestrales. Cuando vea que los niños se debilitan hasta correr
peligro, el misionero se ofrecerá a llevarlos en su coche hasta el centro
de emergencia de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Maradi. En él ingresan
cada día más de 60 críos con cuadros de desnutrición crítica, y los enfermeros
acreditan una larga experiencia. El tratamiento de choque contra las víctimas
más frágiles de la epidemia del hambre consiste en administrarles pequeñas
cantidades de leche terapéutica durante tres o cuatro días, hasta conseguir
que los debilitados organismos infantiles vuelvan a ponerse en marcha
y empiecen a digerir con normalidad, mientras se vigilan posibles complicaciones
como diarreas o infecciones respiratorias. Se les vacuna contra el sarampión
-fue un serio azote en 2004- y se les deja volver a casa para que sus
madres, que los acompañan durante la hospitalización, no descuiden durante
demasiado tiempo el cuidado de sus otros hijos. Después se mantiene sobre
ellos un control médico ambulatorio, garantizándoles la alimentación mediante
Plumpy Nut, una mezcla de cacahuetes y azúcar enriquecida con vitaminas
y minerales, además de entregar a sus familias raciones de harina enriquecida,
aceite, cereales en grano y judías, suficientes para ocho personas durante
un mes.
Entretanto, Nana cocinará esta noche lo mismo que las demás mujeres de
su aldea: una pasta verdosa, hecha a base de yerbas, hojas y raíces, enriquecida
con anza, un fruto parecido a las aceitunas verdes sin madurar. Se trata
de vegetales ricos en proteínas, pero que han de ser hervidos durante
muchas horas por su elevada toxicidad. Sólo las más afortunadas pueden
sazonar este guiso, indigesto y amargo, con cacahuetes molidos. Y en algunas
zonas próximas, donde la miseria es aún más profunda, las mujeres han
llegado a destruir las torres de arcilla endurecida de los termiteros,
para saquear el grano almacenado en su interior por las hormigas.Lo describió
Jean Ziegler en el informe de su reciente viaje a Níger como relator especial
de las Naciones Unidas. Ello explica que miles de mujeres hayan abandonado
sus aldeas para emprender un azaroso viaje a pie hasta Maradi, en busca
de la tan anunciada ayuda alimentaria que no acaba de llegar hasta sus
pueblos. Preguntan en la estación de autobuses, y se mueven por la ciudad
siguiendo los rumores que corren con rapidez. Algunos comerciantes han
comenzado a distribuir gratuitamente puñados de grano entre la legión
de famélicos que rodea sus establecimientos. Unos lo hacen por miedo a
que sus almacenes sean asaltados, otros invocan preceptos islámicos sobre
la caridad.
«Me quedan pocos años de vida y no podré llevarme mis posesiones al más
allá, así que he pensado repartir algo de mi riqueza con los más necesitados»,
explica un anciano terrateniente, patriarcalmente sentado entre una numerosa
prole de hijos y nietos que le escuchaban con devoción en el patio trasero
de su casa. Había anunciado la entrega de raciones de grano a cuantos
ciegos y lisiados acudieran, y una multitud de desdichados se arremolinaba
ante la puerta donde media docena de criados recogían los pañuelos de
las mujeres, para devolverlos formando atillos repletos de sorgo.
El jueves corrió la voz de que la Agencia de Musulmanes de Africa iba
a distribuir un cargamento de mijo que el Programa Mundial de Alimentos
le había entregado. Más de 5.000 madres, cargadas con sus hijos, rodearon
el centro desde el amanecer. Al medio día, la impaciencia se tradujo en
una angustia incontenible y la multitud empezó a empujar y golpear las
puertas. Centenares de mujeres intentaron saltar sobre el muro que rodea
el recinto.Aunque los guardianes rechazaron a la mayoría a bastonazos,
varias docenas lograron entrar. Entonces el director de la Agencia, Abdelhak
Azeroual, llamó a la policía que cargó sin contemplaciones para disolver
a la masa de hambrientos. «He pedido ayuda a las autoridades, para organizar
la entrega del grano», explicó, visiblemente alterado, «pero me han dicho
que nos disponen de medios, ya que el ejército ha rehusado involucrarse».
Por la noche, un millar de mujeres y niños permanecían en el mismo lugar,
dispuestas a pasar la noche al raso sin que nadie hubiera repartido víveres,
ni siquiera agua. En la oscuridad, acudían atraídas por la antorcha eléctrica
que mi compañero Jesús Mata empleaba para filmar, y se giraban para mostrarle
los bebés que llevaban en la espalda al tradicional modo africano. Otras
nos tendían sus escudillas vacías. Y una llegó a levantarse la ropa y
pellizcarse los pechos, para indicarnos que estaban secos, mientras una
criatura gemía en sus brazos.
«De la vida de mis hijos depende la mía. Si ellos mueren yo no tendré
fuerzas para seguir adelante». Las palabras de Nana, pronunciadas en voz
muy baja y con una tremenda serenidad en los ojos, describen la tragedia
colectiva del hambre en Níger. Pero nadie quiere escucharlas.
Vicente Romero ha sido testigo de los principales acontecimientos
mundiales de las últimas décadas, desde Vietnam hasta Irak.
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LAS CIFRAS MALDITAS DEL HAMBRE
3.500.000: Los habitantes de Níger que hoy se encuentran
al borde de la desnutrición; 300.000 están en riesgo de muerte inmediata,
según la última estimación de Naciones Unidas.
800.000: El número de niños que se están muriendo por
la falta de alimentos básicos.
1.000.000: Las personas que padecen hambruna en Malí;
750.000 en Mauritania y 500.000 en Burkina Faso.
260.000: Las mujeres embarazadas y en periodo de lactancia
que actualmente necesitan asistencia más urgente en Níger.
70%: El porcentaje de mujeres adultas de Africa subsahariana
que sufre anemia.
40: Los kilómetros que tiene que recorrer a pie un africano
del sur para buscar agua. En 2030 el norte de Africa habrá alcanzado el
umbral crítico de disponibilidad de agua para la agricultura.
23...: de los 54 países africanos sufren en la actualidad
emergencias alimentarias.
170.000:
La población de niños nigerianos que están en riesgo de desnutrición grave,
según la OMS. 52.000 se encuentran ya gravemente afectados por la carencia
de alimentos. (El 85% se cura después del tratamiento nutricional, mientras
que un 5% fallece).
81.000.000: La cantidad, en dólares, que la ONU estima
necesaria para paliar el hambre en Níger. Sólo el vuelo del transbordador
espacial Discovery ha costado 1.000 millones de dólares.
24.000: Los millones de dólares que deberían invertirse
al año para reducir el hambre en todo el mundo. Sólo en armamento, Estados
Unidos destinó, tras el 11-S, 379.000 millones.
800.000.000: Personas en el mundo que no tienen comida
suficiente para subsistir. 1.000 millones sobreviven con menos de un dólar
al día. *24.* Son los euros que se necesitan para que un niño con desnutrición
grave pueda salvarse.
12: Los dólares que cada habitante de Níger, el segundo
país más pobre del mundo, recibe al año en concepto de ayuda humanitaria.
46: Los años de vida media que hoy tienen los nigerianos.
174.383: Las toneladas de alimentos que se necesitan
urgentemente para evitar la muerte por inanición en los países africanos
más pobres.
3.750: Las toneladas de Unimix, una harina enriquecida
con vitaminas y minerales, y 750.000 litros de aceite que se prevé distribuir
de aquí a final de año entre la población.
80%: Es el porcentaje de analfabetismo en la población
masculina; en las mujeres se eleva al 95%.
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