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   Domingo, 14 de Agosto de 2005, número 513
 
HAMBRUNA / EL AFRICA QUE SE MUERE

ENTREVISTA A UNA HAMBRIENTA

«SI ELLOS mueren, no tendré fuerzas para seguir». Nana sufre la condena de vivir en Níger, azotado por la hambruna. Ya no tiene ni leche para amamantar a sus hijos, sólo agua con azúcar. A petición de CRONICA, el enviado de TVE da voz a sus lamentos
VICENTE ROMERO. Níger


«Habría que cambiar el orden asesino del mundo. Una banda internacional de especuladores bursátiles, sin alma ni corazón, ha creado un mundo de desigualdad, de miseria y de horror. Es urgente poner fin a su reinado criminal»
-JEAN ZIEGLER,
El hambre explicada a mi hijo
.
 

CONDENADOS. Nana, de 22 años, pensaba que era estéril. Ahora no sabe si sus pequeños Hassan y Houseini sobrevivirán a tanta hambre. / ©VICENTE ROMERO


La mujer de la fotografía se llama Nana Buei. Sólo tiene 22 años, aunque aparente más. Hace 10 días que parió dos niños, a los que contempla angustiada porque a penas tiene con qué alimentarlos.Y sabe que, si sobreviven, sus hijos están destinados a engrosar la legión de criaturas hambrientas que forma el 40% de los nacidos en Níger, condenados a padecer las consecuencias de la desnutrición crónica.

Pero Nana Buei es sólo una entre cientos de miles de mujeres que comparten la misma tragedia, madres de esos 800.000 niños gravemente afectados por el hambre, entre los que -según la voz de alarma dada por el Unicef- más de 130.000 se encuentran bajo riesgo de muerte.

Nana, musulmana de la mayoritaria etnia hausa, fue entregada en matrimonio a la edad de 12 años, inmediatamente después de que se le presentara la regla por primera vez. Tuvo suerte, porque fue una boda familiar, acordada entre parientes. Y la casaron con Abdú, un humilde campesino poco mayor que ella. «Yo estaba muy contenta porque quería a mi marido -confiesa- mientras que algunas de mis amigas quedaron emparejadas con hombres mucho más viejos, a los que casi no conocían». Pero la buena fortuna duró poco tiempo. Nana no tardó en quedarse embarazada, dio a luz un hijo prematuro y lo vio morir en sus brazos a los pocos días.

«Desde entonces sentí una pena tan honda que mi cuerpo no pudo tener más hijos», dice sin alzar los ojos del suelo, en la penumbra de su choza. «Mi marido quería tener descendencia, como es natural.Y se avergonzaba ante su familia y sus amigos, porque yo no lograba quedarme embarazada. Los hijos son necesarios, sin ellos nada tiene sentido, la familia no existe y no hay futuro».

El misionero español José Collado fue quien nos condujo hasta el hogar de Nana, en una aldea a una veintena de kilómetros de Maradi, y nos sirvió de intérprete. Sin la confianza desarrollada durante años con el piadoso hombre blanco que tanto había ayudado a su comunidad, Nana nunca habría aceptado recibirnos a solas en su casa y hablarnos de su intimidad. «Las creencias animistas, que persisten bajo la fe musulmana de estas gentes, hicieron que el pueblo atribuyera su esterilidad a algún mal espíritu poderoso», explica Collado. «Su marido podía haberla repudiado pero no quiso hacerlo, sino que prefirió tomar una segunda esposa».

«Aunque éramos y somos muy pobres, comprendí que Abdú necesitaba otra mujer», prosigue Nana. «Ella le ha dado seis hijos, todos los que yo no pude; se queda embarazada cada año y yo la ayudo a criarlos».

No es una tarea fácil sacar adelante una prole numerosa en el sur de Níger, con una renta diaria de ochenta céntimos de euro diarios. «Sin embargo, las mujeres tienen siete u ocho niños, de los que suele morir un par, y obran el milagro de alimentarlos, pese al injusto reparto tradicional de los ingresos en las familias campesinas: la cosecha se divide en tres partes; una se destina al comercio, otra al disfrute exclusivo de patriarca, y la última queda para la mujer y los hijos», aclara el misionero.

La penuria se agudiza siempre durante los meses de la sudir, nombre que los hausas dan al periodo de escasez entre junio y octubre y que los técnicos de la FAO denominan hunger gap. Pero esta vez la sudir resulta más grave que nunca. El año pasado una plaga de langostas destrozó los cultivos, la cosecha fue pésima y la actual sequía anuncia otra recolección mínima. Abdú ha visto enflaquecer a los pocos animales que atesoraba y, como todos sus vecinos, ha tenido que malvenderlos para comprar alimentos.La dieta básica es el mijo con agua, cocinado de distintas formas, como sopa, cuscús, pasta seca... Pero la escasez ha elevado el precio de los cereales hasta volverlos inasequibles. Desde julio, el saco de 100 kilos de mijo se cotiza en los mercados locales a cerca de 40.000 CFA, mientras el valor de una vaca ha caído a 750 CFA.

Inesperadamente, en el peor momento posible, Nana volvió a quedarse embarazada. Y la preocupación económica enturbió la alegría familiar. Sobre todo, cuando parió dos bocas más. «Es curioso que en las épocas de hambre sea cuando más gemelos nacen», comenta José Collado. Recuerdo haber oído lo mismo en Wukro (Etiopía), en boca de otro misionero, mi buen amigo Angel Olaran.

«Yo creía que nunca volvería a ser madre y eso me causaba mucha amargura. Aunque seguía dando amor a mi esposo y criaba sus hijos con su otra mujer, me sentía menospreciada por todos. Por eso me llevé una alegría inmensa al tener dos niños, dos varones, a los que hemos llamado Hassan y Houseini. Pero al mismo tiempo estoy muy triste porque mis pechos están secos. Y como mi marido vendió las cabras no tenemos una sola gota leche».

Nana sólo dispone de agua con azúcar para alimentar a los recién nacidos. Por eso los mira con miedo. La matrona del pueblo pasa junto a ella día y noche, pendiente de la evolución de las criaturas.Y Abú las observa desde su propia choza, a la vez que mira constantemente al cielo y cuenta los días que transcurren sin que llegue la lluvia: 15, cinco más de la edad que tienen sus hijos.

El mijo ha empezado a brotar. Y el agua es imprescindible para que acabe de desarrollarse. Pero el último riego divino se retrasa mientras las vidas de los pequeños Hassan y Houseini amenazan con apagarse. Abú mantiene una expresión indescifrable, que Collado atribuye a un fatalismo y una resignación ancestrales. Cuando vea que los niños se debilitan hasta correr peligro, el misionero se ofrecerá a llevarlos en su coche hasta el centro de emergencia de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Maradi. En él ingresan cada día más de 60 críos con cuadros de desnutrición crítica, y los enfermeros acreditan una larga experiencia. El tratamiento de choque contra las víctimas más frágiles de la epidemia del hambre consiste en administrarles pequeñas cantidades de leche terapéutica durante tres o cuatro días, hasta conseguir que los debilitados organismos infantiles vuelvan a ponerse en marcha y empiecen a digerir con normalidad, mientras se vigilan posibles complicaciones como diarreas o infecciones respiratorias. Se les vacuna contra el sarampión -fue un serio azote en 2004- y se les deja volver a casa para que sus madres, que los acompañan durante la hospitalización, no descuiden durante demasiado tiempo el cuidado de sus otros hijos. Después se mantiene sobre ellos un control médico ambulatorio, garantizándoles la alimentación mediante Plumpy Nut, una mezcla de cacahuetes y azúcar enriquecida con vitaminas y minerales, además de entregar a sus familias raciones de harina enriquecida, aceite, cereales en grano y judías, suficientes para ocho personas durante un mes.

Entretanto, Nana cocinará esta noche lo mismo que las demás mujeres de su aldea: una pasta verdosa, hecha a base de yerbas, hojas y raíces, enriquecida con anza, un fruto parecido a las aceitunas verdes sin madurar. Se trata de vegetales ricos en proteínas, pero que han de ser hervidos durante muchas horas por su elevada toxicidad. Sólo las más afortunadas pueden sazonar este guiso, indigesto y amargo, con cacahuetes molidos. Y en algunas zonas próximas, donde la miseria es aún más profunda, las mujeres han llegado a destruir las torres de arcilla endurecida de los termiteros, para saquear el grano almacenado en su interior por las hormigas.Lo describió Jean Ziegler en el informe de su reciente viaje a Níger como relator especial de las Naciones Unidas. Ello explica que miles de mujeres hayan abandonado sus aldeas para emprender un azaroso viaje a pie hasta Maradi, en busca de la tan anunciada ayuda alimentaria que no acaba de llegar hasta sus pueblos. Preguntan en la estación de autobuses, y se mueven por la ciudad siguiendo los rumores que corren con rapidez. Algunos comerciantes han comenzado a distribuir gratuitamente puñados de grano entre la legión de famélicos que rodea sus establecimientos. Unos lo hacen por miedo a que sus almacenes sean asaltados, otros invocan preceptos islámicos sobre la caridad.

«Me quedan pocos años de vida y no podré llevarme mis posesiones al más allá, así que he pensado repartir algo de mi riqueza con los más necesitados», explica un anciano terrateniente, patriarcalmente sentado entre una numerosa prole de hijos y nietos que le escuchaban con devoción en el patio trasero de su casa. Había anunciado la entrega de raciones de grano a cuantos ciegos y lisiados acudieran, y una multitud de desdichados se arremolinaba ante la puerta donde media docena de criados recogían los pañuelos de las mujeres, para devolverlos formando atillos repletos de sorgo.

El jueves corrió la voz de que la Agencia de Musulmanes de Africa iba a distribuir un cargamento de mijo que el Programa Mundial de Alimentos le había entregado. Más de 5.000 madres, cargadas con sus hijos, rodearon el centro desde el amanecer. Al medio día, la impaciencia se tradujo en una angustia incontenible y la multitud empezó a empujar y golpear las puertas. Centenares de mujeres intentaron saltar sobre el muro que rodea el recinto.Aunque los guardianes rechazaron a la mayoría a bastonazos, varias docenas lograron entrar. Entonces el director de la Agencia, Abdelhak Azeroual, llamó a la policía que cargó sin contemplaciones para disolver a la masa de hambrientos. «He pedido ayuda a las autoridades, para organizar la entrega del grano», explicó, visiblemente alterado, «pero me han dicho que nos disponen de medios, ya que el ejército ha rehusado involucrarse».

Por la noche, un millar de mujeres y niños permanecían en el mismo lugar, dispuestas a pasar la noche al raso sin que nadie hubiera repartido víveres, ni siquiera agua. En la oscuridad, acudían atraídas por la antorcha eléctrica que mi compañero Jesús Mata empleaba para filmar, y se giraban para mostrarle los bebés que llevaban en la espalda al tradicional modo africano. Otras nos tendían sus escudillas vacías. Y una llegó a levantarse la ropa y pellizcarse los pechos, para indicarnos que estaban secos, mientras una criatura gemía en sus brazos.

«De la vida de mis hijos depende la mía. Si ellos mueren yo no tendré fuerzas para seguir adelante». Las palabras de Nana, pronunciadas en voz muy baja y con una tremenda serenidad en los ojos, describen la tragedia colectiva del hambre en Níger. Pero nadie quiere escucharlas.

Vicente Romero ha sido testigo de los principales acontecimientos mundiales de las últimas décadas, desde Vietnam hasta Irak.



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LAS CIFRAS MALDITAS DEL HAMBRE

3.500.000: Los habitantes de Níger que hoy se encuentran al borde de la desnutrición; 300.000 están en riesgo de muerte inmediata, según la última estimación de Naciones Unidas.

800.000: El número de niños que se están muriendo por la falta de alimentos básicos.

1.000.000: Las personas que padecen hambruna en Malí; 750.000 en Mauritania y 500.000 en Burkina Faso.

260.000: Las mujeres embarazadas y en periodo de lactancia que actualmente necesitan asistencia más urgente en Níger.

70%: El porcentaje de mujeres adultas de Africa subsahariana que sufre anemia.

40: Los kilómetros que tiene que recorrer a pie un africano del sur para buscar agua. En 2030 el norte de Africa habrá alcanzado el umbral crítico de disponibilidad de agua para la agricultura.

23...: de los 54 países africanos sufren en la actualidad emergencias alimentarias.

170.000: La población de niños nigerianos que están en riesgo de desnutrición grave, según la OMS. 52.000 se encuentran ya gravemente afectados por la carencia de alimentos. (El 85% se cura después del tratamiento nutricional, mientras que un 5% fallece).

81.000.000: La cantidad, en dólares, que la ONU estima necesaria para paliar el hambre en Níger. Sólo el vuelo del transbordador espacial Discovery ha costado 1.000 millones de dólares.

24.000: Los millones de dólares que deberían invertirse al año para reducir el hambre en todo el mundo. Sólo en armamento, Estados Unidos destinó, tras el 11-S, 379.000 millones.

800.000.000: Personas en el mundo que no tienen comida suficiente para subsistir. 1.000 millones sobreviven con menos de un dólar al día. *24.* Son los euros que se necesitan para que un niño con desnutrición grave pueda salvarse.

12: Los dólares que cada habitante de Níger, el segundo país más pobre del mundo, recibe al año en concepto de ayuda humanitaria.

46: Los años de vida media que hoy tienen los nigerianos.

174.383: Las toneladas de alimentos que se necesitan urgentemente para evitar la muerte por inanición en los países africanos más pobres.

3.750: Las toneladas de Unimix, una harina enriquecida con vitaminas y minerales, y 750.000 litros de aceite que se prevé distribuir de aquí a final de año entre la población.

80%: Es el porcentaje de analfabetismo en la población masculina; en las mujeres se eleva al 95%.