Encabezamiento Vicente Romero

Separador SeparadorSeparador Separador Separador librosSeparador ConferenciasSeparador Cine mudoSeparador Biografía y álbum fotográficoSeparador Enlaces de interésSeparador

LIBROS DE REPORTAJE


MISIONEROS EN EL INFIERNO (1998, Editorial Planeta).

Fragmento 7 de 7: CAPÍTULO 2º.



Las secuelas del terror.

Volví a ver a sor María Luisa Arriaga diez meses después, en Rukara. Hacía pocas semanas que la monja de los Sagrados Corazones se encontraba de nuevo allí, tras haber pasado varios meses entre los refugiados hutus en Tanzania. Yo venía de rodar un reportaje sobre los últimos misioneros españoles que quedaban en Burundi. Ruanda vivía la paz áspera de la posguerra, con dos millones de asilados fuera de sus fronteras y una durísima represión política. De forma un tanto rocambolesca, el equipo de Informe Semanal obtuvo un permiso del ministerio de Justicia para entrar en la cárcel de Kigali. Por equivocación, nos autorizaron una visita de inspección humanitaria a un establecimiento donde los periodistas tenían prohibido el paso. Y a ninguno de sus responsables pareció extrañarles que utilizásemos una cámara de televisión.

Una mañana nos presentamos por sorpresa en la misión de Rukara. En la puerta de la maternidad grité '¡Luisa!. Y en seguida oímos su voz: '¡Vicente! ¿Eres tú?'. Me cogió las dos manos repitiendo 'qué alegría, qué alegría... sabía por la radio que andabas por Burundi pero no creí que llegases hasta aquí.' Disponíamos de muy poco tiempo, apenas un par de horas, si queríamos que José Martínez llegase a Kigali a tiempo de tomar el avión de Sabena para sacar del país las cintas que habíamos grabado, antes de que las autoridades se dieran cuenta del error que habían cometido.

Luisa y su compañera Margarita Miralles nos enseñaron la misión con más prisas de lo que habríamos deseado. Una cuadrilla de obreros levantaba un murete de ladrillo a la entrada de la maternidad, por cuyos pasillos iban y venían dos carpinteros cargando las puertas y ventanas nuevas que se disponían a instalar. 'Nos robaron todo, desde el sagrario al generador eléctrico', explicaban las religiosas. 'Tenemos veinticuatro hombres contratados que llevan dos meses reparando destrozos. Pero lo peor no es que todo estuviera roto y sucio, sino lo que hallamos bajo la tierra...' Los militares que habían ocupado la misión --los leones, que decía nuestro inolvidable oficial de información-- habían limpiado los locales parroquiales antes de devolverlos. Corría el rumor por las aldeas vecinas de que recibieron la orden de vaciar sus calabozos y, para evitarse problemas de traslados y papeleos incómodos, ejecutaron a todos los prisioneros. Pero no quedó un solo cuerpo a la vista. Y las misioneras encontraron todo en un relativo orden.

-- "Al poco de llegar limpiamos de matorrales la huerta y los alrededores de los depósitos de agua, y al remover la tierra empezaron a salir calaveras" --recordaba Luisa-- "Yo me asusté muchísimo, hablé con Teresa Cánaves, que ahora está de vacaciones en España, y ella fue a ver al alcalde, que prometió retirar los cadáveres. Había más de sesenta".

La mayoría de aquellos despojos pertenecía a las primeras víctimas de los interahamwe. Sus propias familias los habían sacado de la maternidad, tres semanas después de que fueran asesinados en sus dependencias, y habían improvisado una fosa común a pocos metros de distancia. Las autoridades respetaron su palabra y enviaron una cuadrilla de sepultureros: los restos humanos fueron exhumados y sus parientes los identificaron. Pero el día que debían ser trasladados al cementerio municipal cayó una fuerte lluvia, así que decidieron enterrarlos allí. Y en el huerto seguían, bajo numerosas cruces de madera.

-- "No son los únicos" --continuó la misionera-- "al verlos, los obreros comentaron que aquello no era nada porque había muchísimos más en la zanja que rodea nuestra verja. Y era verdad. Hay despojos por todos los rincones de la comuna. En esta parroquia mataron a más de dos mil personas. Pero no se puede hablar solo de los crímenes de los bajos, porque los altos han matado igual o más que ellos. Basta con preguntar en los campos de Tanzania."

Caminamos hasta la iglesia. En la explanada que habíamos filmado cubierta de cadáveres, mechones de cabellos humanos permanecían pegados al barro. 'Cuando los vi por primera vez di un grito; ahora paso por encima con mucho respeto, pero no todavía no hemos podido quitarlos', confesaba Luisa. La capilla estaba totalmente vacía y muy sucia. Se notaba que la habían aseado con palas, no con escobas. Una parte de la techumbre se había desplomado y los muros estaban manchados de hollín, como consecuencia del método de limpieza seguido por el FPR: amontonaron todos los cuerpos y los bancos de madera en el centro del templo, los rociaron con gasolina y les prendieron fuego. La altura de la nave y los cristales rotos de sus ventanales facilitaron la ventilación, salvando al edificio de una total destrucción. Después, la guerrilla había usado las dependencias eclesiásticas como establo.

-- "En Rukara hay tres mil huérfanos repartidos entre muchos hogares y el ACNUR sigue el criterio de dejarlos así, prestando ayuda económica a quienes los han acogido" --nos informó Luisa-- "pero en Gahini siguen otros ochenta niños sin familia, a los que nadie quiere porque son más mayores, aunque ninguno sobrepase los doce años."

-- "Los pequeños son los que han quedado más afectados por lo sucedido" --añadía Margarita-- "por ejemplo, entre los refugiados había uno que cuando veía uniformes rompía a llorar, aterrado; otro, se despertaba gritando y echaba a correr..."

-- "Siempre arrastrarán el dolor y el miedo dentro de sus almas, a lo largo de sus vidas" --afirmaba Luisa-- "aunque no lo exterioricen, porque la cultura africana no es estoica, pero casi; y los críos aprenden mamando que no deben mostrar sus emociones a los extraños."

Mientras tomábamos un té en la cocina de la misión, las dos religiosas fueron desgranando historias que las habían impresionado. Como la protagonizada por una vecina que pasó varios días junto a los cadáveres de su marido y sus hijos, sin poder moverse porque tenía las dos piernas rotas. 'Lo más conmovedor', decían, 'es que algunos sobrevivientes aseguran que no quisieron defenderse para no herir o matar a sus enemigos, porque creían que de todas maneras iban a morir y preferían presentarse a Dios con las manos limpias'.

-- "Pero que tampoco crea nadie que toda esta barbarie se desató porque Africa es así de salvaje" --sentenció Luisa-- "no hay que olvidar lo que ha ocurrido en Bosnia, que está en el corazón de Europa.
 

<< PÁGINA ANTERIOR
Fragmento 7 de 7

 


 
Páginas optimizadas para una resolución de pantalla de 800x600 píxeles


Última actualización:
13-Mar-2005
© 2004-2005 Quedan reservados todos los derechos
Programación y Diseño: ® LIA+